miércoles, 10 de junio de 2015

CXLIX

Té negro

Las manos, tu autorreferencia.
Es tu licor el que aliña a la ausencia.
Áncora, mástil y emblema.

Sonata familiar,
sonidos, baja fidelidad
—ausente—.
Condena descartable nos fue fiada,
mas sin advertencias:
Elaboración artificial.
Fecha de vencimiento.

Artilugios pares del ensueño.
Identidades para regresar a la corporeidad.
Aullidos para respirar esquirlas de vidrio.
Vendaval para ulular nuestro crepitar.
Ecos para arremeter contra el caudal del olvido.
Narcóticos solamente para el deleite
—¿deleite? No goza quien no vive—.

En esta noche, en esta caída,
en este emporio de dolientes.
Aquella noche, entre aquellas caídas,
supimos que la inquisición había sido arrumbada.
¡Enhorabuena!
Nos batimos en retirada
y he allí la victoria en su pedestal.

Rocío y luna nueva para vegetar el jardín.
Hálitos frescos para la danza sepulcral.
Desviceración sin ton ni son,
sin vos ni yo.

Anaranjadas, rosadas,
rojizas, violáceas y azuladas
tintas esbozan al perpetuo firmamento.
¡Pero negro! Somos ese rejunte.
¡Oscurecimos! Somos la póstuma noche.
Allende el clamor de los famélicos.


Stéphanie Pau Tombetta




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