Tea de nube.
Pedrisco de heno.
Miel de brizna.
Miel de brizna.
Esa mirada no es un mirar,
lejos de un ver algo.
Hablo de un incendio de cielo
o de una magnífica tormenta
que, sin llover, desprende hielo,
minúsculas partículas congeladas.
Sí, hablo de angulosas estalactitas
que prenden fuego mi alma.
En ardor, a nado, te digo:
vida, no más sobrevivir.
Escuchame y si no me entendés,
no importa. Olvidame.
Este verano es un tren
y un entero domingo,
quisiera unirnos y viajar.
Nos disperso y las manos
de la lluvia nos alimentan.
Paloma o gorrión, merodeo en el parque
o acaso en esta mañana indiferente
que nos tima el verde del pasto
y nos escupe el cielo.
Grises, ya no regresamos,
envejecemos y, de tanto en tanto,
nos premiamos con un sol,
también hurtado.
¡Somos estéril viento!
—gritó y sangró—.
Y allá van las Musas por la cascada,
siete demonios se abrazan
a la ascendente caída y yo,
el desglose de la resta.
Stéphanie Pau Tombetta