lunes, 19 de enero de 2015

CXXXV

Bajo tierra
Tea de nube.
Pedrisco de heno.
Miel de brizna. 

Esa mirada no es un mirar,
lejos de un ver algo.
Hablo de un incendio de cielo
o de una magnífica tormenta
que, sin llover, desprende hielo,
minúsculas partículas congeladas.
Sí, hablo de angulosas estalactitas

que prenden fuego mi alma.
En ardor, a nado, te digo:
vida, no más sobrevivir.


Escuchame y si no me entendés,
no importa. Olvidame.
Este verano es un tren
y un entero domingo,
quisiera unirnos y viajar.
Nos disperso y las manos
de la lluvia nos alimentan.

Paloma o gorrión, merodeo en el parque
o acaso en esta mañana indiferente
que nos tima el verde del pasto
y nos escupe el cielo.
Grises, ya no regresamos,

envejecemos y, de tanto en tanto,
nos premiamos con un sol,
también hurtado.

¡Somos estéril viento!

—gritó y sangró—.
Y allá van las Musas por la cascada,
siete demonios se abrazan
a la ascendente caída y yo,
el desglose de la resta.




Stéphanie Pau Tombetta

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